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miércoles, 12 de octubre de 2011

Lo Ruin I

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Para el tio Horacio Caballero.


El ausente de Octavio Paz

Dios insaciable que mi insomnio alimenta;
Dios sediento que refrescas tu eterna sed en mis lágrimas,
Dios vacío que golpeas mi pecho con un puño de piedra, con un puño de humo,
Dios que me deshabitas,
Dios desierto, peña que mi súplica baña,
Dios que al silencio del hombre que pregunta contestas con un silencio más grande,
Dios hueco, Dios de nada, mi Dios:
Sangre, tu sangre, la sangre, me guía.

En la primera estrofa, Dios en siete versos, es nombrado en nueve ocasiones.  Las ocho imágenes suyas son: Dios insaciable, Dios sediento, Dios vacío, Dios que deshabita,
Dios desierto,
Dios que exagera,
Dios hueco, Dios de nada. La última imagen es la imagen del poeta: su Dios.

El poeta aparece a cada paso, en los siete versos, para las nueve ocasiones.
El insomnio del poeta alimenta la insaciabilidad misma del Dios, sus lágrimas refrescan su eterna sed, su puño es un pecho de piedra, un pecho de humo,
mismo vapor que abandona su pecho:

canto que nadie atiente y que ante la roca del tiempo,
Absorbe toda la humedad de su poema, su mano,
sus dedos,

cualquier implemento que dispusiera para la redacción de su texto.


Con esto se ha dibujado sólo el rostro del poeta, aún no sabemos quién es Dios,

Pero en la atención a la palabra del Silencio que Octavio Paz nos brinda, su Dios ahora, de este verso, puede verse encarnado  – entretejido mejor dicho –: es ahora con quién habla el poeta,

el que responde con un Silencio tal que al poeta se le
consumen las metáforas para encallar en lo mero cuantitativo; ahora mismo yace bañado en la Sal de su Sudor: la segunda estrofa prosigue:

La sangre de la tierra,
La de los animales y la del vegetal somnoliento,
La sangre petrificada de los minerales
Y la del fuego que dormita en la tierra,
Tu sangre,
La del vino frenético que canta en primavera,
Dios esbelto y solar,
Dios de resurrección,
Estrella hiriente,
Insomne flauta que alza su dulce llama entre sombras caídas,
Oh Dios que en las fiestas convocas a las mujeres delirantes
Y haces girar sus vientres planetarios y sus nalgas salvajes,
los pechos inmóviles y eléctricos,
atravesando el universo enloquecido y desnudo
y la sedienta extensión de la noche desplomada.


Si en la primera estrofa quien se nombra es Dios, en esta segunda, el nombre es la Sangre. El último verso de la primera estrofa nos llama atender a la sangre desde tres instancias:

sangre, tu sangre, la sangre, me guía.

Esto parecería conllevar tres lecturas di-versificadas de la misma segunda estrofa. No. Ante el poeta y no su texto la sangre es la inspiración que lo marca. Ahora la puede encontrar en todas partes: en la tierra, en los animales, en el vegetal somnoliento de su propia carne; la que lo constituye en todas partes: [Alimentación] [Aquí no hay Cultura, esto es Carnicería]

Pero en esto hemos de comprender que al interior del discurso, en su estructura, todos los llamados al verso del poeta proceden de un discurso ageno, exterior a su propia codicia: La Ciencia.

Es ahí, donde antes de hacer la pregunta por la Teología en Octavio Paz, resta escuchar la tercera estrofa de su poema Ausente:

Sangre,
Sangre que todavía te mancha con resplandores bárbaros,
la sangre derramada en la noche del sacrificio,
la de los inocentes y la de los impíos,
la de tus enemigos y la de tus justos,
la sangre tuya, la de tu sacrificio.

Advertencia de Píndaro para cualquier poeta:

Si hablas al respecto, encerrando de muchos temas el término
en lo breve,
menos te sigue la censura de las gentes.
                                               Pues embota el hartazgo irritante, la veloz esperanza;
Y la oída de los ciudadanos acerca de los éxitos del otro, pesa más en lo secreto del ánimo.
Pero con todo, pues preferible a la compasión es la envidia,
No dejes de lado lo bello. Con justo gobernalle al pueblo dirige, y en un yunque sin falsía, forja tu lengua.

Píndaro, Pítica I
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