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lunes, 13 de junio de 2011

Historiografía mexicana 3

Tomb of Jose Clemente Orozco in the Panteon Ci...
Tomb of Jose Clemente Orozco in the Panteon Civil de Dolores cemetery in Mexico City Español: Tumba de José Clemente Orozco en el Panteón Civil de Dolores en Ciudad de México (Photo credit: Wikipedia)
La Dictadura. Mediocre el templo de Kukulkán
mediocres templos (copias).
Grandes fachadas de piedra, piedra pelada
mal labrada
Las columnas una mierda
Cerámica monocroma, monótona
como al principio, como olmecas
o: como anuncios de gasolineras en una carretera de Texas.

Ernesto Cardenal, Mayapan

Volvamos a leer…

Busquemos de la manera más expedita la formulación a la pregunta ininterrograda que como fardo nos llama a escuchar los imperativos categóricos que dos posiciones de autoridad nos espectan respecto a México y a la historicidad.

En su momento dijimos que desconoceríamos qué significa México hoy en día.

Suspendamos los respectos de México o de la historicidad, que la pregunta entrañada no pregunta por México, pregunta por el hoy del día.

Podemos entender que cualquier cosa que sea ese hoy, es lo que México es. Ahora bien, sabemos que escribir una verdad no altera en nada esa verdad. La situación es que a pesar de escribir la verdad conociendo que esa escritura no cambia la esencia de la verdad, al inquirir por la pregunta nosotros queremos desconocer la propia esencia de la verdad:

Nosotros los que desconocemos somos conocidos para nosotros, nosotros mismos somos conocidos para nosotros mismos, simplemente nos ignoramos: cuando sólo nos hemos desconocido, seguimos juntos los mismos, transitando siempre los mismos ocasos.

Hemos de entender que al desconocer México ya hemos ignorado aquello que es el hoy.

Si hemos ignorado al hoy en tanto que ese hoy es el ser de México, México ha sido expelido del ser-ahí de la historicidad (ya siempre se encuentra perdido de sí).

Así México ya siempre dice “México” como un singular particular, una ousía. De aquí debe seguir la creación de una nación, la configuración de un estado y la formación de instituciones que preserven la integridad del estado mexicano. Ese estado es la temporalidad de la experiencia del ser-ahí de la historicida`.

Para atender a esta experiencia atengámonos a la instancia del eterno retorno de lo mismo, el vórtice de las eternidades encontradas.

Si lo dicho de lo mismo ha sido dicho desde la junción del transitar de los ocasos al tiempo dicha juntura es el horizonte donde se encuentran sepultadas y olvidadas nuestras propias esperanzas, secuestradas desde el silbido del viento hasta el silencio de lo sabido en el fondo del corazón: no pertenecemos a esta horrible pesadilla.

Ahora entonces, en tanto que pre-comprendemos que el tiempo es el horizonte desde el cual se comprende el senti`o del ser del ente, preguntemos la pregunta tentativa por el hoy:

¿Qué hace a México ser México como estado de junción imposible que se reprime y retorna en el decir del no pertenecer a la horrible pesadilla que México es?

Para responder hemos de partir en pos de un camino que ya siempre se encuentra en tránsito por el claro de la historicidad. La historia de México es aquello mismo que México es. Este mismo juntar es el ahí de la historicidad, aliento del ser que funda y reitera el ser-ahí del sí y del mismo.

Desde el decir del Erignis la historia de México es el evento propicio del ser-ahí de la transitalidad histórica: la disposición de su existencia y la maniobrabilidad de las fuerzas estalladas en el abismo de la dominación de su tiempo.

Podemos entonces establecer que el obrar de la historiografía mexicana, como representación del evento propicio, se ha jugado en el juntar que presenta su propia idea como el ahí de la historicidad. Pero si sucede entonces que al interior de ha realidad que esta proposición plantea y señala, la propia proposición se presenta para interrogar lo siempre sabido de la propia historicidad; es decir, si México ya siempre dice un singular particular, en la poética hermenéutica del transitar del devenir, la constitución de un estado de seguridad –fundación y nacimiento – es la representación de la experiencia del ser-ahí de la historicidad el claro de la misma contradicción reiterada: la experimentabilidad del quantum que pre-evalúa el todo desde su aparición de ser: el horizonte trascendental que precursa los ocasos: 

La junción del paso que fija los tránsitos en los que deviene el mismo del sí.

De manera que cuando se llama que atender a esta experiencia –el ser-ahí de la historicidad – deviene que esta experiencia es el atenerse de la instancia del eterjo retorno de lo mismo, el vórtice de las eternidades encontradas, eternidades que fijan el canal de paso por donde el sentido se ha perdido, al aparecer el sentido, de sí, fijado en él mismo: escritura.

La primera fórmula que enciende la flama queda interrogante de sí cuando confrontada con la transposición de sí, se encuentra ante el reflejo del tiempo, el espejo de entre tanta pluma y papel: la experiencia del ser-ahí de la historicidad - al ser ella en el claro del vórtice de las eternidades encontradas - se llama expectativa y experiencia. Si el objeto de la historiografía es esta experiencia de la historicidad, la existencia misma de la historicidad ya se juega bajo el mandato de las eternidades encontradas, eternidades que una tras una son reiteradas en sí mismas (conscribiendo, adscribiendo, describiendo y proscribiendo to`a positividad y negatividad consecuente o precedida de lo indigente ---positividades-negatividades que ya siempre ocultan la precursión) decidiendo desde antes del tiempo el carácter existencial de lo existente mismo: la fundación a la disposición fundante de mando y comando del si y del no – asimétricos y aspergentes – que gobiernan el ahí donde la historicidad se encuentra exiliada del mismo, ousía.

(Un cascabel en el fondo del espejo,
Una pluma en el cenicero de mi almohada,
Un viento próximo que llama las distancias
De los pasos alejados de la gravedad.)

Pero ahora es entonces que todo esto ha caído desde la nueva condensación de materia que confiere la pregunta figuradamente tentativa que interroga por el esto que permite el transitar del estado que conlleva todo hacer. La permanencia de México en tanto México, al quedar interrogada en el claro de la hermenéutica historiográfica por nosotros practicada, atraviesa por la pregunta que interroga por la esencia de la técnica, desde el útil y su empleo, como posición y reposición del ente de la escritura, el lenguaje y la comunicación al retorno de sí desde la confección de sus irrealidades, la eternidades a-temporalizantes y a-temporalizadoras que comandan nuestras polémicas con el todo.

La sustracción del carácter real desolador e infinito de cada instante es el precursamiento nominal del campo de lo experimentable en cualquiera de los plexos donde el lenguaje –primer despojo del sentido – se halla ya siempre carente de sí, abierto y disponible para todos aquellos que sean los que le pasen: todo el horizonte diseñado en una interpretación del ser, apenas insinuado en unas palabras clave, en unos tenues hilos conductores que gobiernan los destinos.

A ello, si en México se interroga por lo siempre sabido, esto siempre sabido es el olvido del olvidar del ser. Este olvido del ser –en su ser olvido— ya siempre encuentra plegado en la disposición a la existenciaridad y disponibilidad de tránsito de la propia constitución del Estado el sí: la amplitud del plexo.

Al no decir amplitud del plexo, al decir estado, el presente se olvida de su propio ser, el ser-presente del presente que siempre se dice ahora (la apertura al lenguaje pero en un encontrarse plegado – la antinomia que es y dice la voz del tiempo). Imagina un frío desolador, un frió de muerte, la historia es el manto que te permite seguir caliente, la historiografía es el olvido de muerte que permite el sueño de hipotermia al creer que un manto puede hacer la diferencia entre lo que es y lo que podría haber sido de aquí al futuro. Pero es que la historia posee múltiples direcciones, la historiografía es solo uno de sus dominios (la diferencia que media entre historia e historiografía es la misma que media desde siempre entre Tierra e Imperio).

Que la historiografía precurse las decisiones de valoración al plexo de la negatividad y la positividad de lo siempre sido y que, eventualmente imprima su propio carácter a lo que sucede en el claro del tiempo (es decir, toda la propiedad de su método, su teoría, y su maniobrabilidad de transposición de sentido), se debe a que ella misma es el primer producto de todo aquello que el olvido depone para encontrarse dispuesto como recurso que emerge en contra del mal: discurso.

En lo real lo siempre sabido del olvido –por encontrarse plegado en la totalidad de caracterización, clasificación y homologación de lo real con el lenguaje –no cesa de ser el ser que aparece cesado en su tránsito; ahora, en lo imaginario, el ser se encuentra desplegado como la pantalla que domina las experiencias y las expectativas de la nación mexicana.

[...]

+historia+, sistema, mundo.

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