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lunes, 31 de mayo de 2010

Primera, segunda, tercera cabalgata

The steeds rush on in plunging pride
But where are they the reins to guide?
A thousand horse, and none to ride!

Lord Byron, Mazeppa, XVII


Hijos de una religión olvidada,
Los caballos ya no pastaron en rosas
o del descuido de sus tierras ta tum:
Silencio por siempre, el vibrado de una cuerda.
Éramos de los huesos del labrado,
de los que nunca conocieron el aliento:
de la mañana depontenciada al crujido
de los dientes o los duendes de tus piernas,
donde los caballos volaban por el aro,
o del iris que cantó en cada galope
lo sibilante de tus estrofas en primero,
o segundo, o tercer comienzo:
Del mar entre tus ojos y los míos,
lo emergido de lo pleno del abismo.

Las flores de hueso y no pétalos,
reverdecieron al contacto de tu dios.
Pero tu día era algo más etéreo
que el humo extraño del más
silente de los incendios.

Del ocaso, la vista, y del ocaso
la perspectiva en potencias de lo inexpresado:
de la danza de una legión
descubridora de la surgencia
y de lo inadecuado de tus deseos de vapor.

Solo expreso en las voces
de los futuros los anhelos, el Sol, y sus belfos
tallados en la rocas de la congregación.
De las garzas y sus vendas,
de los gases que silbaron las cuentas,
que contaron tus nombres al olvido,
y de los compases y las alianzas
del ralato el galope de la explosión:


Ta tum,
y la roca explota al abrazo de una rosa.

Ta tum,
Y la rosa se levanta al contemplar de su voz.

Ta tum, ta tum,
Y la palabra arroja el campo.

Ta tum,
donde la tierra es del campo de un dios.

Ta tum,
Así la roca guarda y espera
el advenir de tu viento.

Ta tum,
Y tus religiones desengarzan
los pasos andados, de un tiempo que
del ocaso y lo palpable
ta tum, ta tum confunde todos los roces.

Ta tu, ta tum,
[las lozas que nos cubren de tu muerte]

Ta tum, ta tum,
Y de lo ruido de tus pieles
resuena lo conforme.

Ta tum, ta tum,
Así se confiere la justicia,
de una voz ajena y no distante.

Ta tum, ta tum,
Donde las lágrimas son moscas
o las moscas son alientos
del contacto del primer
y segundo roce.

Ta tum, ta tum,
donde la piel tercero ahora es roca
y el Ser se contacta en ta tum ta tum
del espectro de tu nombre.

Ta tum, ta tum,
De las mieles del estío,
donde las tierra es insurgente.

Ta tum, ta tum,
Y en tumbos el primer paso
en la salvaguarda del sonido indiferente.

Ta tum, ta tum,
Así fue hecho el ritmo,
de todas las cosas o la grava de las plazas.

Ta tum, ta tum,
Y de la voz el aliento que dijo
“ta tum, ta tum” tuyo o de una palabra
aun más palpable:
ta tum ta tum insigne del destino de tus plantas,
de la estrella que aun no brilla,
de tu cielo sin abismo [o de tus piernas
calientes al rayo de la voz]

Ta tum,
Del tallado de las rocas donde
surge lo surgente de tu deseo, ta tum,
caricia el contacto del cincel
y es el Eon al viento. Ta tum.
Una rosa o una voz:
El umbral de una caverna
que penetra los tiempos,
los ordena, ta tum, les confiere perspectiva,
y nos relega de los rasgos
y del semblante del olvido y los caballos

Ritmos, rocas, rosas,
ta tum,
y el aliento insigne instituye la voz,
ta tum, de mis voces rememoradas,
de la venda de mis ojos,
de un dios carente de su sol.

Entonces, ta tum, la piel, y No te vi,
y en la roca ya no estabas.

No te vi,
y en la aurora yacías muerta.
No te vi,
de la tierra que abrazó tus ropas.
No te vi
Eras el tránsito de las rosas,
en el abismo de tus estanques,
o en estatuas de las cosechas
de un viento no soplado ni ta tum.

Las horas donde los segundos escupen
en las aguas y se conforman
las olas, la primera cosa: ta tum,
ahí donde dimos nuestro primer,
y segundo, y tercer Ta tum.

tú sólo procuraste las olas

¡Tu no morir era tu vanidad!
La del escuchar una voz que
creíste sería la conciencia. Tu verdad.
Donde tu labor sería peor que la de los perros,
o cuando creíste que los hombres lacerarían
tu espalda y del dolor serían los nacimientos
de una estrella errabunda que maceraba el mundo.
Llamaste a eso progreso.

Entonces, tus ojos vieron los lamentos,
pero tú sólo procuraste las olas.

el profeta era hombre

Eran tiempos joviales,
sabían del nombrar a un hermano,
más que como un hermano.

Un límite ulterior a todo plazo o todo rédito.
El del morir por una verdad que nadie oiría.
O por el recuerdo de una playa silente al otro sol.

¿Es cierto que de tus labios nació un murmullo
y al murmullo el sonido se calló?

¿Es cierto que besaste el carbón ardiente
para después silbar tus sueños más templados
aún cuando fueran terribles en sus tapices?

¿Es cierto que de contemplar los hielos
tus manos lacerarían los templos y el acero
donde las madres templaban el vuelo de los lamentos?

¿Es cierto que congelaste estrellas
cuando los cielos eran todavía de los mares
y emergían los monstruos del abismo?

No. Tú no te percataste:
Ahora el profeta era Hombre.
Ahí las playas se conocieron
bajo el signo de un solo mar.

Tus dichos fueron extirpados de mi piel,
cuando tus condenas eran
al miedo de no estar muerto.

viernes, 28 de mayo de 2010

La buena cosecha

Todas las noches ocultan
secretos que mientan las montañas.
Y en el fondo de los cerros
una luna sonríe
sin que nadie sonría a ella.

De sus dientes las lucen me llaman,
incendian los versos y apagan el silencio.
Así la sonrisa de la luna nos llama a su seno,
pero no estamos ahí para subir al árbol del mar.

Un himno compuso cada rama
y cada estrofa era otro cerro.
Pero ya ni los cerros
quisieron guiar nuestros pasos
cuando ignoramos los luceros.

Detrás del cielo aun la sonrisa
sonríe al otro lado del universo (la mar).
Dos palabras más y quizá
estemos al otro lado del tiempo.
Tus sepulcros del abismo no saben predicar
los signos de la piedra en sus tallos divinos.
Lo sagrado que palpita de las alas del ciervo
son sus pasos por las almas de los ríos
y el reflejo de los jóvenes que se matan al abismo:
El amor de una palabra que es destino.

Sin nubes

No predicas de los cielos ausentes
En la cima de las piedras de tus templos.
O de los niños que piden una limosna
por dañar las ropas del tiempo.

(Tú, semblante soez)

Son los signos que mientas
las condenas a tus pies.
Y los pies que caminan
aparte de los panes del emblema.

Llamas

Casi nunca llamas y al hacerlo
erradicas todos los cielos.
Del fuego son veinte mil aves
que emprenden el vuelo
para satisfacer tu aliento:
las noches en las que ni una sola sílaba
es tolerada en el contacto con el alba.
En donde cada ave viaja una plegaria,
y en cada plegaria te robas otra sílaba de los sepulcros.
Ahí los huecos del tiempo, las llamas,
lloran al aleteo de los no-muertos.

Mis oídos hablaron

Mis oídos hablaron de todo aquello
que hallé de silencio en tus ojos.

¿Será el sonido de las rocas
en el desierto de tus labios?

¿Serán las estrellas silbando
sueños perdidos a la aurora?

¿Serán las pestañas que laceran
los milenios del relato de tus héroes?

¿Será lo que resta del derrumbe
de tus rituales y del drenar las canteras?

¿Serán los dogmas de una palabra ausente
de los temores de Dios y todas sus antorchas?

¿Será la luz misma, que cayó al oradar mis oídos
con la escritura de las voces de mi mente?

(Recensión)

La fama de las viñas:
quimeras degeneradas a la madrugada.

Los hados murmuran
milésimos de la leyenda de todos tus ídolos

Son las hebras que vulneran
los cuidados del pastor y todos los Orientes.

La diferencia del derroque
de todos tus mitos y del dragar las visiones:

El sonido. Tus ojos. La luz.

Los alientos de una imagen abismal
en el páramo de tus ojos y el silencio (o los infiernos).

Mis ojos callaron de todo aquello
que hallé de vulnerable en tus sueños…

… pero nunca encontré mi voz
(porque nunca hallé tu sombra).


(o porque nunca me perdí tu sombra)

jueves, 27 de mayo de 2010

Las palabras de todas las gargantas

En mis venas cabalgó.
De la noche que comulga de la noche,
del cuerpo que desconoce la esencia
levanta el puño y después golpea la tierra.

¡Gritaré tu nombre
al murmullo de tus bosques!
La música se detiene y la luna
en el intersticio de tus dedos.
El bosque responde con el eco
de las montañas que se erigen al abismo.
O la horizontal que se pierde
en el fervor de tus brazos o tus piernas.
¡Silencio!
¡No estabas en ningún árbol!
¡Silencio!
Y la noche cayó en el río deslavando mi alma
o el reflejo de tu rostro en la playa.
Cambiamos de destinos.

II

Tu rostro.
De la noche que comulga de la noche.
De los caballos que comulgan la noche.
De la noche en que tu garganta no era tuya
y donde se placía en sangrar el abismo.
Del sonido que brotó de tus labios,
o de los labios que petrifican la corriente.

No eran los lamentos de tus muertos,
no eran las lágrimas de un país inexistente.
No eran las estrellas de un cielo ahora muerto:
No eran de la noche que comulga la noche
y de los caballos que amaban la luz de tus lunas.

Eran las lunas que sonaba tu garganta.
Era tu garganta desangrada al decir su nombre.
Era el nombre que sonaba el abismo,
y era el abismo infundado que ingiere
las palabras de todas las gargantas
que perdiste en mil vidas
vividas sin sentido.

III

Una palabra cabalga y no es ningún viento.
Un viento se imprime sobre los mares,
ellos evaporan velos en la noche de tu mirar.

Era tu mirar lo que ahora cabalga por los campos
Eran los campos recorridos de tu olfato.
Era el sabueso que murió el barranco.
Era el barranco que ocultó tus huesos un milenio.

Era el milenio de frutas y arenas
que dragaron al último de los vientos.
Era la quietud de tus respiros entre los brazos,
entre los muertos.

Lo que resta de la noche

Vendí mi alma a lo que resta de la noche,
Sólo para ver arena antes del amanecer.
Lo que es desconoce de la lucha,
pues fuego termina con la violencia de tus luces.
Así la noche comulga de tu cuerpo,
y la sangre mana para irrigar mis sombras.

Entonces tu rostro refractado en la arena mojada
de la noche, lo que restó de mi alma.
Cifras sumergentes en la tierra con todas tus voces terribles.
Las que hueles para encontrar el anhelo
de otros mundos y otros lances u otros perros.
Los que laman, laceren u olfateen tus piernas
o pisen tus huellas en la mañana de la playa de los tiempos.

sábado, 22 de mayo de 2010

Vuelos insomnes o suicidas

Hierven de tus ojos los jardines,
o la carne se muestra y el abismo mana de tus entrañas.
Entonces brotan las doctrinas secretas
de tus labios y nuestras manos reunidas.
La Revelación.

Acabábamos de recitar la poesía
milenaria más prohibida,
sólo para que se perdiera de nuevo
en el olvido de nuestros oídos
ausentes una tarde o todo el destino.

Así conocimos el silencio
y el nombre de todas la piedras.
Así nos encontramos sin piel
en medio de nuestros desiertos
o en medio de nuestras selvas.

Por ello de las piedras
en sus brillos y opacos, revestimos
la piel que se formó en el engarce
de nuestras venas y nuestros huecos.
De nuestros cadalsos y nuestras tierras.

Cadenas.
De los caudales brotó la sangre,
y al contacto con las lágrimas
nuestras carnes petrificaron a los dioses
y los suspiros de las noches más molestas.

Metálicos:
Insectos, suspiros, el sudor y la arena en el cielo.
La siesta, tu sueño, las piernas y la sangre que no cesó.
El silencio y las fiestas, las fiestas y las lagunas
del olvido y sus aguas cargadas de recuerdos y
los Vegetales que fuimos en otras vidas.

El humo del arma homicida.
Así fijamos para siempre las letanías
de otras caras y meditaciones oscuras,
de otros vuelos insomnes o suicidas.

Olvidos

De las noches que conoce tus grebas.
De tus grebas que lanzan augurios.
De los augurios que vomitan hormigas.
De las hormigas que laceran el cielo.
Del cielo que vuelca la noche.
Y de la noche que confunde tus rostros.

Nada de esto es poesía.

Son tus rostros que reciben la letra.
De la letra que ingiere los tiempos.
De los tiempos que horadan la tierra.
Y de la tierra que devela las noches
de tus grebas (sus insomnios) las hormigas
(sus alientos) del cielo (religiones) y las noches,
y tus rostros de la letra (el semblante)
de los tiempos (los reflejos) de la tierra
(los centuriones) y de las grebas (¡todos los mares!)
que refieren el principio de todos los versos
(o de todos los olvidos).
De eso se hace el destino. De esto se hacen tus piernas.

Ya no caían las palabras al mar

De la luna se quema la noche
al oír tus pasos en la grava.
O de la grava se quema la luna
al oír tus pasos en la noche.
O de la noche se quema la grava
al oír tus pasos en la luna.

La luna, la grava, la noche.

Conferenciaron las tres para detener tus pasos,
para quemar de tus labios la noche de la luna.

La noche, la luna, la grava.

Y en la grava de tus sueños o los alcoholes
del fuego, de la luna fundieron los cráteres de tu aliento.

La grava, la luna, la luna.

Que lacera las palabras y el camino
del crujir del labio en mis manos y el látigo.

La luna, la luna, la luna.

O de mis manos que reclaman
al ver tus pasos en el firmamento y mi alma tan ajena.
Tan lejana.

La luna.

La noche que no es pecado.

La luna.

La que oculta tus risas.

La luna

La que sobrecoge y desoculta a las aves.

La grava.

La que toleró los amores ignotos en el claro de la Tierra.

La noche.

La que no supo guardar el silencio de las bardas.

La noche y la noche y la noche.

Que siguió mostrando a la luna a pesar de encontrarte muerta.

Morir cuantas veces se requiera

De tus labios murió la noche al oír
los celestes el epitafio de sus tumbas.

– es la tierra que palpita a tus pasos.

De tus labios floreó la rosa
al saber de tus labios los colores de las rosas.

– es el fuego que se quema al fondo del lago.

De tus labios murió la muerte
al no saber terminar lo que no tuvo principio.

– el cieno de tus hojas pies lavanda.

De tus labios se perdió el poeta
al confundir tus labios con sus letras.

– es tu mano que suscribe los signos
de tus pasos y las huellas en la tierra.

domingo, 16 de mayo de 2010

En tu rostro las estrellas eran promesas.
Sonrío a la noche y espero tu respuesta.
En el cuarto de al lado el viejo moría.
Entonces la estrella alumbró
y el niño no supo del mañana.

* * *

Portentosos los pies que te miran al ocaso.
Que si volteas y no preguntas lo surcos se abren a tus plantas.
Lo que cruza a tu voz y a la ordenación del mundo:
es la silueta que contorna el aliento mortal de un dios.

Lo palpable

Lo que palpa de tus ojos no desbroza el monte.
Se consume en la llama del iris
que rábica contempla la muerte.

Lo que palpa de tus ojos desconoce a los mares.
Se ahoga en el torbellino silente
que aúlla al portador del precipicio.

Lo que palpa de tu alma ignora tus recuerdos.
Se arroja a capitar lo que él buscó de resguardo.
Eran finalmente tus ojos que me bebían la noche.

Tu rostro de muerte

Con tu rostro de muerte
firmé en tus labios la sentencia del ave.
Y a su vuelo perdí el recuerdo
del aroma de todas tus frases.
Naranjas, limas, fresas o toronjas,
sus jugos destilaron en cada sonido de sus alas.
Roca, arena, el suelo y el agua subterránea,
todo eso adiviné en los ojos cristalinos
del placer o de tu muerte o de sus vuelos:
De las voces terribles que incluso desconocen al signo.
De tus dientes, tus olores o aun tus frases calientes al tiempo.
De las frutas que ahora silbabas al silencio.
O de tu rostro sin signo ni semblante
que reclama el abrazo eterno,
el cuerpo de un joven amante o la semilla que no digiere.

El rostro, sus signos, las letras o la tierra,
Tus entrañas te cobijan y en ellas arriesgas la pulpa,
En ellas te pierdes de tus risas,
y en ellas fijas tus vuelos como si fueran los pliegos de la enciclopedia.

Pero de tu rostro siquiera las siluetas,
las hojas pasan y son las marcas ausentes
de tus antiguos y más privados misterios.
Son del fénix un martillo.
Son del fénix ya tus labios.
Y son del fénix los aullidos del abismo.

Pero Yo, yo no soy el fuego…

viernes, 14 de mayo de 2010

Cuando partiste de la noche se cumulan los suspiros

Cuando partiste de la noche se cumulan los suspiros,
frente a la luna silente y pastan en sus cienos
los destinos de la roca que viajó desde el mar a la montaña:
Fue donde enterramos para siempre tu nombre y tu presencia,
tu cuerpo, las olas y nuestros amores.

No es de la noche sin luna de quien recelo,
es noche de la luna llena la que produce el horror y tus espantos.
Del viaje del mar a la montaña cabalgaron así los suspiros,
a las últimas risas y el último aliento de la terrible marea:
Las imágenes que imaginabas en tu sueño.

Robaron entonces el pozo y el aire
que gravita en las siluetas de tu sangre y del agua tus rostros.
Fue de la noche del martes homicida donde
la presencia reclamó todos tus tiempos
y la oscuridad de los suspiros ausentes de garganta en los océanos.

Fuiste en último instante la totalidad de tus silencios.
¿Cuál fue entonces tu última palabra amigo?, ¿la plata?
¿Cuál tu último lamento?… ¿su camino?
Pero todo eso se lo llevaron las nubes
y ahora palpitas de la tierra, tu deseo.

¡Fue la noche del martes homicida
donde tus suspiros expiraron en el ahogo de la piedra!
Ahora a la luna consagraste tus dolores
y en sus rastros plantamos los silos
del homenaje y tus laceraciones.

¡Punzadas, mujeres y soledades!
¡Fue la luna la que devoró tu rostro!
¡Fue la luna la que arrojó la piedra!
¡Fue la luna la que dispuso de las nubes balantes!
Las que arrastraron tu cabeza a tus pies y no hubo más mareas.

Cerraron la perspectiva en las habitaciones de tus ojos,
y los rincones de la brisa callaron para siempre los futuros
de tus manos, de tus playas, tus letras y obsesiones.
De la noche del martes homicida no despertaste nunca más,
y así las olas y tus lunas no quisieron volver para bañarte.

Palabra, muerte y pelotas

En tanto no recojas sino lo que tú mismo arrojaste, todo será no más que destreza y botín sin importancia; sólo cuando de pronto te vuelvas cazador del balón que te lanzó una compañera eterna, a tu mitad, en impulso exactamente conocido, en uno de esos arcos de la gran arquitectura del puente de Dios: sólo entonces será el saber-coger un poder, no tuyo, de un mundo.

Reiner Maria Rilke.

Imagina una palabra. Ella nombra algo. Piensa que ese algo lo llamamos cosa. ¿Qué es este mentar que nombra a la cosa cosa? De hecho, ¿qué significa mentar? ¿Qué nos capacita para pensar el mentar?
Podemos suponer la pre-existencia de la cosa y de la palabra independientemente a la mención donde la palabra es y la cosa aparece. Así, siempre que encontremos una palabra, cuando preguntamos por ella, en el preguntar por la palabra ya siempre estamos preguntando por la cosa que dicha palabra refiere.
¿Podríamos preguntar por la palabra en sí misma? Claro, podríamos contemplarla como el objeto específico de una disciplina del lenguaje, como la gramática, la semántica, la fonética o cualquier otra se invente en el entreacto… pero ¿eso es la palabra?, ¿esto sería el referir de la referencia? ¿Lo que la palabra hace en tanto palabra se encuentra cifrado en proporciones y magnitudes formales? ¿Eso sería la palabra?, ¿lo que se somete a las reglas formales de las disciplinas del discurso?
De hecho, para formar un círculo, ¿en qué sentido en nuestra preferencia a buscar el referente de la palabra, es decir, la cosa que ella mienta, ya siempre nos encontramos en el juego del disciplinamiento o rectitud (lo orto) que las disciplinas del lenguaje confieren a nuestra participación del mundo? ¿Te atreverías a nombrar esto pensar?
Esta cuestión, por más interesante y problemática que pueda resultar, no es de nuestro interés. Por el contrario, tendremos que partir de la suposición de que esto señalado efectivamente acontece.
Sin embargo el tema que nos atañe, nos convoca, es justo el de la participación, la tecnificación de los usos del lenguaje en el empleo o participación práctica del mundo.
De pensar la palabra requerimos pensarla en su ser y no en tanto cosa u objeto de una disciplina formalizada.
La cuestión de la palabra no es lo que ella dice, cómo lo dice, o siquiera el para qué dice lo que dice. La palabra como problema, como apertura y requisición del sentido, se juega antes en lo que se puede hacer con su decir. Es como la pelota de Zarathustra.
El decir por sí mismo no es problemático, sino que el decir de la palabra es la inauguración de un claro, un ámbito donde la palabra juega, refiere, señala o significa.
Sin embargo esto no dice que la señal de la palabra, su significar o señalar, sea el fundamento, el sustrato, el lugar donde habría de fincarse nuestra meditación o nuestra muerte.
La señal o el orden de la señal de la palabra sólo constituye la instancia de la materialidad de ella, el proyecto inscrito que ella constituye. Requerimos partir desde el signo que ella es en la necesaria transposición de la temporalidad de la causa eficiente y la causa final de ella misma, su despeje como claro o claridad del sentido.
Al preguntar por el sentido de la palabra tampoco interrogamos por la dirección de ella. Esto implica un retorno al “para qué” que anterior al signo mismo, confiere una dirección (voluntad) a la palabra en su referir. Pensemos entonces que ya siempre la palabra se “adhiere” o se encuentra “adherida” a la cosa.
El riesgo en esta retroyección adherente de la dirección en tanto impulso del sentido y pertinencia de sí, ya nos ancla en las ciénagas de las teorías de la referencia: la Lógica de la presencia.

Proyecto y Despeje
Recepción y Reproyección --> --> Presencia/ presente --> Cuantificación sígnico-material del
ser palabra de la palabra  Tiempo


Al preguntar por la palabra interrogamos por su ser palabra. El acontecer de ella misma en tanto conferencia del ser. Nuestro problema no es la referencia del ente, sino la conferencia del ser. Aquí está el problema de cómo se forma la forma.

“En verdad, una meta tenía Zarathustra, lanzó su pelota: ahora, amigos, sois vosotros herederos de mi meta, a vosotros os lanzo la pelota de oro.
“Más que nada prefiero, amigos míos, veros lanzar la pelota de oro! Y por ello me demoro aun un poco en la tierra: ¡perdonádmelo!
“Así habló Zarathustra.”

De la muerte de sí mismo, Friedrich Nietzsche, Así habló Zarathustra.

lunes, 10 de mayo de 2010

La voz del fuego

Rememoración silente que de la verdad
ha hecho una con el tiempo:
el mundo ya es la más amplia
inconmensurabilidad de lo imposible.
Requerimos la mayor de las protecciones
ante el fuego: su calor.

Entonces dijo la voz del fuego:
“Tus sentimientos son delicados;
no porque sean débiles,
en ellos el cielo conoce el mar.
“Susurra tu alma al primer día de tu destino,
ahí sopla el vendaval de tu nombre,
¿lo escuchas?
“Es la legión de aullidos.
“Las estrellas mueren a tu aliento,
los hielos sucumben a tus sueños,
y los campos se cristalizan a tu aguarda.
“Al resplandor de sus pasos,
titilan las huellas dándote su propia vida.
“En ella, en lo más profundo de su perspectiva,
emerge una isla solitaria:
¡es la primera de las Islas afortunadas!
“Ahí se levanta un monte y en el monte el tiempo.
“Desde siempre los eternos
signaron tu presencia en su cúspide.
“Nunca olvides que lo más profundo de la perspectiva,
es lo más amplio del horizonte.
“El lugar donde palpita tu deseo”

viernes, 7 de mayo de 2010

A lo que servimos

O ascenso al Citerón

¿Dónde estás?
¿Has conocido ya la aurora de tu nombre?
¿Subiste al templo que rasga el cielo?
¿Tomaste el arco y lo apuntaste a lo que palpa de tu destino?
¿Estabas conforme en tu belleza en ese acto?
Perdón por verte y no saber ser el silente que sueño.
Siento merecer la muerte por conocer tus secretos,
por serte cuerpo.
Miras por la ventana de tus ojos y en el fondo del abismo está tu sol;
mi palabra es sólo expectativa de tu propio sentido.
Ya se nutre del sol que palpita de tu piel.
Como si tu sangre fuera figura
y de su figura los cielos esculpieran estrellas,
y las estrellas estallaran en tus risas
y polvos irrigaran las galaxias enteras...
Sale de pensarte,
es autónomo...
Es tu sorpresa el guiño del abismo
y es el abismo lo que respira de la noche cuando duermes
y no esperas el mañana,
pues el mañana es tu sueño y viene solo.
¿No lo sientes? Está en tu regazo.
¿No lo oyes? Pasa silente por el cerco de tus dientes.
¿Que los sentidos están sometidos a tu razón?
La razón era ya el sueño de tus dioses más secretos,
aquellos que sólo te dices sin saber que estás en ello.
En algún poema había llegado a comprender
cómo los sentidos tributan de tus rizos
y cómo tu sonrisa era más real que cualquier teorema.
Tu sonrisa y el abismo que conlleva
nutrían todos los sentidos de aquello que sólo
de ser niños éramos en lo eónico de tu brisa,
tu respiro y tu risa.
Pero el miedo de conocer tu tristeza me hizo desistir de mi senda.
El pavor de conocer el absoluto de tu lágrima me hizo preferir la muerte de mis dedos o mi lengua.
¡Ante tí sólo silencio era palabra!
Podría haberte escrito críticas a la experiencia en la mera resonancia de tu nombre.
Ahora era tu nombre el signo de un templo en la montaña.
Y ahora la sanda era peregrina,
y los tiempos eran el deseo de tu presencia.
De tu recuerdo el deseo, y de tu deseo mi voluntad.
Así ansiaba redimir mi carne en el ocaso de tus penas,
pero eran tus risas las que me guiaban en la senda.
Y en tu ser te burlaste de mi torpeza;
recordabas cruelmente todos mis antiguos dichos, todas mis antiguas promesas.
Y mis palabras se tornaron los Cilios que laceraban mi espíritu.
!Mi infierno eran todas estás malditas letras!
!Mi condena era hablarte por lo eones, y escuchar de tus abismos, tus ausencias y tus aullidos de virgen lacerada!
¡Ahora mi carne era de tierra!
¡Ahora mi espíritu era de tierra!
¡Ahora mi voz era de tierra!
¡Yo era la tierra!

Y entonces sentí tus pasos en mi cuerpo.
Sentí tu brisa en los árboles que nacieron del lamento.
Y mi lamento ahora reverbera en tus sueños
y en los sueños de aquellos que emergieron de tus entrañas.
Eran las promesas de los dioses futuros.
Espéralos, que a ellos ya servimos en nuestras fiestas.

jueves, 6 de mayo de 2010

Tu sonrisa o encontrar la noche

Todos tus sueños o todas tus magias,
los trenes de espigas que conocen las letras,
un libro o una rosa,
una rosa o una palabra,
se precipitan o se abisman,
se adhieren o participan,
balan silentes al capricho de la voz que
una a una
las teje como si fueran la cara de los cantos
o el canto de tus ojos:
Ahí está tu sonrisa.

(el rasgueo del otoño por el pavimento)

De tu sonrisa nació la luz,
y de la luz el goce,
y del goce nació un dios.

Pero a su palabra ya no reíste,
y de tu silencio nació la culpa,
y de la culpa los pecados,
y de los pecados los crímenes,
y de los crímenes el martirio de ver tus ojos congelados
y después ausentes.

Tus labios eran una línea del horizonte más lejano.

De tu ausencia nació la búsqueda,
y de la búsqueda las escaleras,
y de las escaleras el cielo,
y del cielo tus manos,
y de tus manos las metáforas trasversales q
ue mentían en nombre del abismo.
Las confundías con los ángeles.

Los ángeles convocaron a la luz sobre tu piel,
y de tu piel tus rizos,
y de tus rizos el hombre.

Entonces del hombre nació el amor
Y
del amor
la luz encontró la noche.

De mieles y titanes

Así se hizo el agua
en el rugir de los tiempos de mi piel.

La humedad de tus rosas
o la tormenta de titanes.
Y el ave que acaricia contigo en su horizonte
nos ató a la piedra de sus nombres.

Qué de mieles por la luna
nos juramos no perdernos.
Así se eriza el recuerdo de tus ojos,
y es tatuaje en el iris que soporta del desierto.

Pero ella misma ha perdido todos los vínculos de los siglos anteriores.

Por ella nos perdimos y de la noche
resguarda el sino que no conoce su profesión.
No hizo falta. Eran nuestras manos en la espalda
o las lenguas por el cielo.
Era la imagen de todos los tiempos.

Así en tus manos las figuras comenzaste a conformar,
y de cada dedo un antiguo dios murió.
Inmolados y de la vanidad de nuestras técnicas,
resultó insólitas plantas que oraban sus propios nombres.

Las cosas dichas II

Para ti, que sí tienes nombre

Que de la noche guardas el instante.
Linces gacelas y el tacto animal del sonido,
y el viento que desconoce de los tiempos en sus lances.

La cosecha y el ave, emprendes el vuelo,
y de la luna concedes tus sueños.
Aguardas y te arropas en sus encajes de la noche,
te acompaño y realizas tres palabras en su cuello.

Las lunas se convocan y en sus luces
Proyectas las sombras de tus bestias.
Así el lince y la gacela conocen tu instante,
el campo sagrado de tus vuelos.
Ahora tu cabello reposa en mi pecho
y la promesa gravita de tu vientre.

Las cosas dichas

A ti que aún no te conozco

Todas esas cosas me fueron dichas
de tus ojos y de tus pasos.

Que de limones ojos rojos,
trepabas tus sueños por los troncos de los dioses.
Lentamente exprimías toda palabra
y te deleitaste colocando tu sabor en cada esquina de la plaza.

Agentes, perros y el más soberbio de los oradores
callaron y roían de las raíces de tus pasos por el cielo.
Pero sus miradas no fueron tan altas como para matar a los caracoles.

Eras la danza de la vista que yo anhelaba danzar.

Fuiste entonces el destino que se encarna en la silueta de la sangre.
Eras del tiempo alado que sólo conoce de reflejos frutas e ilusiones.
Eras del reflejo la verdad y del celo las copias de tus pasos.
Pero tu nombre en cada huella sigue siendo silente.

Mi nube sigue siendo no tocarte, serte sino en la carne.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El que no teme

El que no teme por mostrar su voz,
pues no es su voz posesión.
Él no es lo que palpita.

El que no teme mostrar su voz,
para denunciar con ella las siluetas de las cosas.
No es farsa de la naturaleza repujada.

El que no teme decir sus ojos
que aguarda la cauterización del contorno,
que imprime y reparte el alarido que sibila de la noche.

El que no teme llorar sus manos,
El hilo, la voz, y la destrucción de los vientos,
que soplan y mecen tu cintura. Sus muertos.

De la voz, que miraba el abismo,
de ahí partió el sonido y ahí retumba lo sensible,
al viento o al ritmo de tu cuerpo y el amante,

De sus ojos y el pavor de la carne que resguarda,
que en su voz nombra los interiores,
y que no mira de las luces que oxidan lo que conoce.

Que respira y toca el abismo con sus dientes,
contempla del aroma de la palabra
y el anuncio del pastor y sus aves.

martes, 4 de mayo de 2010

Aguardas la noche,

no llega y te desesperas.
Azotas tu cuerpo
y lo arrojas a lo silente
de los tiempos ancenstrales.
¿Redimes tus ojos en tus destinos?

lunes, 3 de mayo de 2010

Y es cierto, ya no es tu sangre

Rutilante que de la noche tu piel es aullido…
retorna y no conforme mesmeriza la piedra en instante.
La piel torna aullido, deseo y prisión.

Hacen fiesta del encierro que de tu piel es piedra/sangre.
Contorna el abismo e intorna la piedra en el armisticio del aire,
entonces te pido ayuda, pero dices “no es mi piel”.

Y es cierto, ya no es tu sangre.

Escribirte la piel,

y de tus ojos la voz ausente
de los versos milenarios,
de los poetas muertos,
y de las montañas que rigen el oriente.

Qué sí hablas,
lo aullido de tus manos amasan
las estrías del hombre,
donde tejemos nuestras vidas
y deseamos escribir tu piel.

Lo aullido

Rútila la gruta de tu mirar.
Ruge y cauteriza el instante,
recrean al tiempo, tu cuerpo,
y el roce aullido de tus pies.

Las horas que palpita ahora sangre,
y de tu sangre que si ve luz
se convierte en festín de la tierra.
Ahí insufla sus sueños y tus pesadillas.
Mis alegrías y tus suspiros.

Rútila de la noche ausente,
que palpita y no se agota nunca.
Que en su grito redime lo aullido
y el sonido se torna voz,
la voz tormenta, y entonces el dios
arenga a la tierra en la exigencia de tu carne,
de tu piel y de tu voz.
Lo aullido ahora su nombre y su piel.
Lo aullido ahora tu carne y tu destino.
Lo aullido ahora la satisfacción del abismo.

domingo, 2 de mayo de 2010

Las estrías de la luna

Murió silente cuando fue al nacer,
de la noche amarilla de la luna laringe,
y nacio sin nada que decir.
Habrá que matarlo ya muerto al séptimo día.

De sus armas, enterrarlo con cianuro,
que de su piel insana
la voz metal pulula la palabra ausente,
la de labios frenéticos de mujeres que no amó.

Silente que de la noche eres árbol,
su cabello suena a las hojas yacentes.
Fánticas, así la palabra emerge,
y del ojo de tu hija alfilereada
y la mirada pétrica del ojo del abismo,
en llamas prende el sino y erradica lo silente.

Despues llora en lo gratuito
de quebrar el aire con tu suspiro
o con un breve retumbar, que de las montañas,
aguardan el alivio rítmico de lo húmedo.

Ahora los metales se alfilerean y los venenos
que silente aguardan en su labio,
lo sostienen y lo escupen en el símbolo
mistico de su caida a tu mirar.

Entonces las lágrimas no son,
sino las estrías que la roca milenaria
abisma al retumbar y se pulpa
y se tinta al corroer su muerte.
Así se hizo la mar.

¿qué hago?

¿Qué hago?, exijo condena,
reclamo lo que nunca fue mío
y me palpita en tus textos,
tus agujas que atraviesan mis ojos,
y por tu amor las clavaría donde más veo.
¿De tus textos?
De tus manos y mis ojos y mis sueños.
Te respiro en cada letra
y en cada sonido,
¿qué hago?, los hilos,
¿cómo vivo tu espíritu?

sábado, 1 de mayo de 2010

Engaño

Me estoy muriendo.
Todo podría ser distinto.
Podría ser un engaño,
podría ser mi ojo el que miraras

“¿Qué podría ser distinto y un engaño?

Pero es sólo la lágrima
que nunca se lloró por mi alma
y es ahí donde me engaño
no sé, podría ser distinto
y fuera tu sonrisa junto a la mía.
Hoy quisiera estar triste
pero la verdad eso no queda.

“¿Y cómo estás entonces?”

En busca de mi tristeza
No ansiedad ni angustia, sólo la tristeza más vacía,
caliente y asoladora.
Quiero la tristeza del desierto suriano,
de un desierto inexistente en una isla.
De un continente ajeno a toda alma

Un desierto en verdad desierto.

Donde nunca hayan tenido noticia de la muerte de Dios
pero porque su palabra nunca habitó
los sueños o los delirios de los hombres.
Quiero ser el desierto donde las mujeres no hayan sido mujeres
y sean aún mis costillas,
o sean las costillas de un Adán cautivo de la arena de sus recuerdos inexistentes.
Los sueños de praderas y de olivos
en un mundo donde todo se aniquile en el soplo de un ardiente abismo.

Mi hija, esa tristeza donde no soy quien soy,
quiero ser la manzana y no redimir ningun castigo,
quiero ser la serpiente que sibila en tu mirada de recelo y alegría,
quiero ser el desierto que reclama el ardiente abismo y le rescinde sus arenas.
Quiero espectadores a mi alrededor que vean como trepano la cabeza
y extraigo con un cuentagotas las sequías de mi alma.
Quiero que mi alma no sea mi alma.
Quiero dormir.
Creo que también quiero dormirte
pero cuando te duerma quiero escribir tu rostro en la arena.

Era

Era de confusión sibilante,
de las rocas que piden auxilio al cielo que las calcina y no concluye en matarlas,
era de miles de máscaras y misiles que miran en los escaparates de las historias futuras y de los sueños de los niños que aún no han sido soñados.
El aborto de tu mirada íngnica que morfa el instante.
Tus ojos y mi cuerpo en el tuyo.
Quería dormirte, quería escribirte, quería soñarte.

No. Era de la muerte de la palabra que se queda encerrada en tus agujas y en los sones, era de las canciones que nadie escucha porque ya nadie respira el vapor de la exhalación de un cadáver hecho carne.
Era de la carne que se expende y la expelen, que se ofrece como si fuera tela y te vistieras con ella.
Era de la ventada y el cristal aullado, de la vanidad que petula y no conoce más que de su deseo y la claudicación de toda gloria.
Toda pena o toda era.

Era donde ya no vuelas o de roca son tus pies,
donde todo ha sido y la palabra reposa en una tierra erogada por el asfalto,
el cemento y tus lágrimas en la noche donde el sol fallece.
Nos habíamos hartado del cielo, sus semánticas y su despotismo,
pero no del aroma a carne divina putrefacta.
Era pasado del sueño de una estaca en el ojo sibilante de sangre de tu hijo más amado,
Era del grito desolado que reclama la ausencia de un signo nuevo. Lo aullado.

La filosofía es filosofía

La filosofía es filosofía. Cuando se la toma por primera ciencia, ella, aún cuando refiera una filosofía crítica, y de hecho por la misma crítica, se torna trascendental. Es entonces ella una metafísica de la ciencia. Así la filosofía, ya sólo es epistemología, y el mundo ya sólo teoría del conocimiento.
Y en ese mundo sólo existen lo sociológico, la psicológico, lo sexológico, lo antropológico, lo lingüístico, lo económico, y claro, la Naturaleza. ¿La polis, el pensamiento, el amor, lo humano, la poesía, la lucha o la tierra? Quién sabe, seguro en otro abismo del Tártaro.
Para denunciar una tautología, antes se requiere la capacidad técnica de abstracción que forma al sustantivo, en este caso filosofía, para que en la propia definición se pueda hallar y denunciar la supuesta tautología, la filosofía es filosofía.
En tal sentido, el acto de habla, donde es o acontece la supuesta tautología, pretende ser subordinado justo por la nivelación a término medio que la abstraccion sustancializadora ejecuta.
La lógica ya siempre es esa nivelación por el término medio. La gramática ya implica toda una ética de la reflexión.
La filosofía (sustancialización del pensar) es filosofía (el ser filosofía de la filosofía, que se consume en el evento de ser ella misma el pensamiento).
Ese "es" señala por tanto el Ser como la temporalidad de la supuesta sustancia. Pero en la exigencia de pensar el tiempo, la sustancia aparece desustancializada, en pos de su propio evento, la materialización fetichista de su impulso.
La filosofía ya siempre aparece como respuesta.
El filosofar es el preguntar incesante, insistente, intempestivo e intemperante que aniquila las certezas y baila en el cerco satírico de sus lenguas
La denuncia de tautología sólo señala la voluntad de verdad con que la lógica y la gramática pretenden enseñorearse de la polis filosófica. El tiempo formal de su régimen de verdad puntual que llama ley, regla, orden, y en el colmo de su pretensión, ontología.